un para qué, un cómo y un no sé qué
un para qué, un cómo y un no sé qué
He llegado a la conclusión de que las soluciones técnicas son las que dan pie a soluciones formales que puedan tener interés, porque, si no, salen unas formas que tienen un origen más literario que el propiamente formal arquitectónico. Yo el problema estético me lo planteo el último, cuando otras cosas que son prioritarias se cumplen en el principio del proyecto. Cuando estudié dos años de exactas, dentro de la carrera de arquitectura, dábamos química y haciamos unos trabajos prácticos: nos daban un frasquito con un elemento y teniamos que seguir una marcha analítica para averiguar qué era. Algo de eso es lo que yo hago cuando me encargan un proyecto de arquitectura: empezar con plantear para qué sirve esto, dónde está -y esto el movimiento moderno lo quiso voluntariamente olvidar-, cómo crearía yo los espacios que me piden en el programa, o sea: cómo construir de la forma más lógica y económica. Con todos esos datos ya concretados, cabe la posibilidad de dibujar algo que pudieran ser los volúmenes que esos espacios han creado. La arquitectura es, como decía Lao Tse, el aire que queda dentro. Ahora lo que nosotros vemos es lo que utilizamos para dejar ese aire dentro. Y eso ya se puede representar gráficamente y es entonces cuando se pueden utilizar las posibilidades de una forma que has impuesto tú. Es lo que yo llamo un “nosequé”, qué es esto que ya es, cómo lo coloco lo pongo y lo veo para que lo haga bien, suponiendo tener un conocimiento de la estética que sea lo suficientemente sólido para transmitirlo. Eso es lo que se llama educación del gusto, para lo que hay que ver mucho y estudiar mucho
(Entrevista a MIGUEL FISAC en El Mundo, 26 de octubre 2003).
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